
Èrase una vez un pequeño cielo de singulares estrecheces, donde solìan cobijarse algunos màgicos momentos, una especie de refugio ìntimo y secreto para los sentidos, ya que èstos se agudizaban notablemente y el nùmero de pulsaciones se acrecentaba. Las miradas eran profundas, sensuales y brillantes, los dedos hùmedos dibujaban sìmbolos sagrados en la piel del aire, y los oìdos esperaban ansiosos las palabras exactas que abrìan portales hacia otras dimensiones. En cuanto a los besos, podìan ser espontàneos o premeditados, con la condiciòn de que fueran siempre verdaderos, mientras las respiraciones ritmicas y ozònicas se mezclaban con el placentero sonido del agua." Ellos me revelaron que compartir un paraguas aunque sea por un corto lapso de tiempo con la persona indicada era la llave maestra que podìa convertir en realidad casi todos los deseos de sus portadores". Curiosamente cuando cesaba la lluvia el cielito se transformaba en calabaza, entonces los magos no tenìan otra alternativa que inventar otro cuento. Aunque aseguran con gran entusiasmo y picardìa que lo màs atractivo de èsta tarea es tener en su poder la decisiòn de elegir como termina...