jueves, 9 de julio de 2009

WALT WHITMAN


Fue un gran poeta norteamericano, nació en West Hills, Long Island, cerca de Brooklyn, en una aldea que empezaba a crecer enfrente de Nueva York, el 31 de Mayo de 1819. En diversas épocas de su vida ejerció los oficios más disímiles: fue maestro de escuela, carpintero, tipógrafo, director de periódicos, empleado público, enfermero de hospitales. De esas ocupaciones, la más acorde con sus aptitudes y la que más había de influir en su desarrollo literario, fue la de tipógrafo. En 1846, obtuvo el cargo de director del "Brooklyn Daily Eagle", periódico en el que publicó sus primeros artículos importantes. Hasta 1873 Whitman vivió en Washington, año en que fue atacado de parálisis. Se retiró a la ciudad de Camden, Nueva Jersey, donde residió hasta que desencarnó plácidamente, como la había invocado en uno de sus poemas, el 26 de marzo de 1892. "HOJAS DE HIERBA" es la confesión total de un hombre tolerante, bueno, comprensivo y misericordioso, que poseyó el don poético genial y quiso explicar su posición respecto de Dios, del Universo y de los problemas eternos del hombre. "Hojas de Hierba" es, si se quiere "el juramento más solemne que se ha escrito, expresado con los más impetuosos acentos".


"Un pequeño poema de Hojas de Hierba":


TU, ASTRO, ALLÁ EN LO ALTO


Tú astro, allá en lo alto, deslumbrador! Tú, ardiente mediodía de octubre! Que inundáis de luz lustrosa la arena gris de la playa. El mar cercano, sibilante, con sus perspectivas lejanas y su espuma. Y las manchas pardas y las sombras y la amplitud azul; Oh, sol refulgente de mediodía! Para ti mi palabra especial. Oigame tu grandeza! Tu amante, yo te he amado siempre, Aun de niño, cuando recibía tu calor; luego, muchacho feliz, solo a la orilla de un bosque, me bastaba que me toquen tus rayos, Ya hombre maduro, o joven o viejo, como en este día en que te dirijo mi invocación. (No puedes engañarme con tu silencio, Se que al hombre idóneo toda la Naturaleza se somete, aunque no le respondan con palabras, el cielo, los árboles, oyen su voz -- y tú, oh, sol, En cuanto a tus agonías, a tus perturbaciones, a tus desgarramientos súbitos y a tus dardos de llamas gigantescas, Los comprendo, conozco bien esas llamas, esas perturbaciones.) Tú que viertes tu luz y calor vivificante, Sobre miríadas de granjas, sobre las tierras y las aguas del Norte y del Sur, Sobre el curso interminable del Misisipí, sobre las llanuras herbosas de Texas, sobre los bosques del Canadá, Sobre todo el globo, que vuelve a ti su rostro brillante en el espacio. Tú que lo envuelves todo imparcialmente, no sólo los continentes, los mares. Tú que te das tan pródigamente a las uvas, a la cizaña y a las florecillas silvestres, Viértete, viértete sobre lo mío y sobre mí, con un rayo fugaz de tus millones de millones de rayos, Traspasa estos cantos. No arrojes tu sutil resplandor y tu fuerza por ellos solamente, Prepara el atardecer de mi mismo -- prepara mis sombras largas, Prepara mis noches estrelladas.

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